LA CARTA DEL MAS ALLA

LA CARTA DEL MAS ALLA

José Miguel Parra Castañeda

Estimado doctor:

Con el respeto adecuado a su rango, me dirijo a Ud., ya desde las simas de la muerte a las que  muy afanosa y tesoneramente, me ayudo a llegar, dándome por otra parte una última visión de la vida no muy agradable. Pues los últimos días de su dedicación me hicieron anhelar llegar al sitio en el que me encuentro.

Recordando como comenzó todo, me parece increíble como las grandes cosas se inician en la simplicidad. Pues fue un simple dolor de estomago quien inició el drama, luego el vomito y como no me pasó con los remedios caseros, me puse en manos de la ciencia, que sino era pura por lo menos era de principiante, pues usted me dejó en manos de algunos alumnos que estaban practicando sobre como hacer una historia clínica. Me preguntaban de todo, como comía, como dormía, como tosía, como defecaba.

Después de la interminable preguntadera y ante la falta de un biombo, vino el strip-tease sin música, ante un público de adolescentes imberbes, que lo veían a Ud. en el curubito del conocimiento. Entonces comenzó el examen sobre mi cuerpo, la palpación reiterada en los sitios mas delicados hasta cerciorarse adecuadamente de si dolía y cuanto, los dedos en los ojos, en las orejas, en la boca, en el pecho, en el estomago, una y otra vez y para rematar: el dedo en el culo, en donde !OH prodigio! no había mierda, para corroborar y demostrar la objetividad de tal descubrimiento, fue necesario que todos los adolescentes metieran el dedo y hurgaran con el desenfado y la rudeza propias de la juventud. Con estos datos se configuró mi entrada al hospital, donde un grupo de mujeres en blanco impecable y con una experiencia que les permitía meter una aguja por todas partes mientras hablaban de los chistes obscenos y las invitaciones de los nuevos internos, finalmente apareció la sangre que necesitaban.

Luego el mismo interrogatorio inicial hecho por gente cada vez mas joven e inexperta y el examen físico mas o menos realizado. Llega la noche y empieza un descanso que fue muy corto, al despertar con un dolor mas agudo, fiebre y sudando frío mientras vomitaba sangre. Entonces me pasaron una sonda delgada y fui llevado a cirugía, donde mientras era sumido en un sueño artificial, lo último que recuerdo fue cuando comencé a sentir un tubo mas grande por la garganta que no me permitía respirar.

Desperté con el mismo tubo, que ahora estaba conectado a un aparato que respiraba por mi y que molestaba mi garganta haciéndome toser y cuando lo hacía un dolor agudo en el sitio donde había otro tubo saliendo de, lo que supongo, quedaba de mi estomago, además de otros tubos y bolsas alrededor. Los brazos y piernas amarrados me impedían protestar, siquiera moverme.

Entonces los días sin horas, en la misma posición, mas bien dicho el tiempo interminable, pues no podía determinar en que tiempo me encontraba, si era de día o de noche, nada me indicaba si estaba en la mañana o en la tarde, ya que la luz era la misma en todo momento, lo único que veía era un monótono techo del que me aprendí de memoria las grietas, entonces como una manera de distraerme tuve que clasificar el tiempo de forma diferente, en el de las «chuzadas», el tiempo de las aspiradas de secreciones, talvez el mas molesto por la sensación de tos que me producía, recordándome también donde tenía las heridas. El tiempo del baño. El tiempo de las visitas de familiares. El tiempo de la visita de los doctores, en que usted a la cabecera de mi cama escuchaba de mis progresos o mis retardos, en el que podía enterarme de mi situación, por sus comentarios hechos a la cabecera y con la mayor indiferencia, asombrado del poco futuro que se me pronosticaba y de las discusiones sobre los muchos papeles en los que me convertí, pues curiosamente me dividí en dos, un cuerpo físico (el mío) al que se miraba hasta con desprecio (o mas bien no se miraba) y el otro era un grupo de papeles fijado en un tablero frente a mi cama y que se llevaba, ni siquiera diaria sino horariamente con una religiosidad impresionante y que era lo único  que Ud. consultaba atentamente cuando quería saber algo de mí.

El tiempo de las visitas de familiares era también un tiempo penoso, entraban las personas con las que había convivido toda mi vida, me veían como un bicho raro, con cara de circunstancia y con una mirada mezcla de temor y compasión, apenas se atrevían a hablarme y era para preguntarme si estaba bien o si me dolía mucho. ¡Como si yo estuviera para contarles¡ o por lo menos pudiera. Pero no me comentaban de la vida trascurrida afuera, de las situaciones que me hicieran pensar que todavía formaba parte de esa familia, mi esposa como le iba en el trabajo, mis hijos si habían conseguido algunos logros en el colegio, si tenían algún amigo, algo que me distrajera así fuera por un momento de la situación en que me encontraba.

Alguna vez me visitó el cura, ese si que me dio ánimos, primero me preguntó si le entendía, al ver mi actitud indiferente, empezó una retajila automática, seguramente la decía todas las veces: Que me arrepintiera de lo que había hecho (uno cuando se va a morir generalmente se arrepiente es de lo que no ha hecho) que tuviera en cuenta que Jesús había padecido mucho por mi ! Y yo que estaba convencido que mis sufrimientos eran mayores! o al menos mas largos. Porque eran de a poquitos e interminables, no sabiendo cuantos días habían pasado, me imaginaba que llevaba una eternidad allí, las dolencias eran continuas y tantas que con algunas ya me había familiarizado. Y a propósito cuanto tiempo llevaba en este programita? imposible saberlo.! Y más importante todavía, ¡Cuanto me faltaría!

Hasta que llegó el día!. Esa vez, poco después de su visita, a pesar de la sonda que tenía, me dio vomito en gran cantidad, alcancé a notar que era negruzco, sentí una sensación extraña, algo así como un mareo y como trasportándome a otro espacio, sonaron las alarmas y Ud. corrió a masajearme el pecho primero y a golpearme y luego a pegarme corrientazos y yo saliendo a una situación deliciosa hasta con música especial, me veía en el comienzo de un túnel y al final una luz intensa y atrayente y de pronto vuelva a mi cuerpo, a esa cama, a los dolores, los quemonazos, la opresión en el pecho, muchas veces en ese entre y salga, y yo con la angustia de que usted tuviera éxito. Afortunadamente todo su equipo se cansó y finalmente pude entrar en ese  túnel ya tan ansiado, a esa paz que necesitaba desde hace mucho tiempo. CARAJO, ¡que al fin tenía que morir¡.

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