EL PAÍS DE LAS TRAGEDIAS ANUNCIADAS

Colombia, país de las tragedias anunciadas, lo fue hace 35 años, el aciago 13 de noviembre de 1985 con el deslave de Armero, lo ha sido muchas veces más, las últimas de las cuales con el apabullante paso del huracán Iota por los territorios insulares, el incendio de humildes casas en Riosucio, el desangre consuetudinario de líderes sociales, las masacres, la violencia contra la mujer, los niños, los ancianos, los animales, la naturaleza.

Por lo menos una vez a la semana reseñamos una nueva tragedia, unas más severas que otras, unas más agudas que otras, todas lamentables, terribles, dejan un número enorme de víctimas y un cúmulo de promesas del gobierno que no llega con prontitud ni eficacia a todas partes, que de unas regiones sólo se acuerda precisamente cuando sucede lo que ha estado cocinándose por mucho tiempo.

 Hace pocos días las paradisiacas islas a las que muchos sueñan llegar para disfrutar del apacible mar, las dilatadas playas, el calor, la brisa, fueron devastadas por un huracán que no tuvo clemencia de sus habitantes y produjo una destrucción épica de las mismas, especialmente las bellas Providencia y Santa Catalina.

Recientemente habían sido noticia ominosa por ser el destino del turismo oficial de altos funcionarios del Estado en tiempos de restricción del turismo y por la incapacidad de sus instalaciones sanitarias para hacer frente a los retos generados por las condiciones de salud de sus habitantes y el rápido crecimiento del contagio del COVID 19.

El señor Presidente no lo dudó un instante, emprendió con su comitiva el viaje hacia las islas derruidas, hizo una alocución sobre la marcha, luego de tomarse unas fotos libreteadas en las que en apariencia ayudaba a descargar una de las aeronaves que llevaban ayuda para los damnificados, anunció nuevas inversiones, una gerencia especial para la recuperación de las islas a cargo de Susana Correa, política vinculada insistentemente a actos de corrupción y maltrato a sus subalternos, y lanzó la promesa de “reconstruir” el paraíso en 100 días.

Resultó para todos muy amargo, impresionante y doloroso ver el nivel de destrucción que la prensa muestra de la verde Providencia, tanto que sorprende que no se hayan registrado más víctimas, pero no sorprende el uso politiquero que ha venido haciendo la presidencia y sus áulicos de la tragedia, máxime cuando la catástrofe simplemente es la concreción de una vulnerabilidad y un riesgo ampliamente conocido y estudiado desde el año 2014, que no fue abordado en forma contundente por el gobierno anterior ni mucho menos por el actual en estos nefastos dos años de indolencia y abandono.

El invierno que se repite cada año, que se supera anualmente y parece que se deleitara en generar estragos en el territorio nacional, ya causó sus primeras víctimas: inundaciones, avenidas, derrumbes, arroyos, simplemente demuestra, con las calamidades que provoca, que, como lo sentenciaba hace unos días un alto funcionario del gobierno, nos hemos habituado a las tragedias, la peor de las cuales parece ser la indolencia e inefectividad de los gobiernos de turno.

¿Seremos capaces de cambiar ese estado de cosas? ¿Seremos capaces de generar mecanismos eficaces de prevención de las tragedias anunciadas, elegir gobernantes comprometidos, honestos, rigurosos, sensatos, erradicar la corrupción, el desgreño, la indolencia?

Termina el año 2020, su calamitoso paso nos deja la cicatriz de una pandemia aún no controlada, un evento que desnudó las miserias de esta sociedad atrapada entre el consumismo de los unos y la codicia de los otros, el debilitamiento del espíritu social, el fracaso de individualismo a ultranza, las falencias de las organizaciones y de los gobiernos, las dificultades que afrontamos como sociedad, la vulnerabilidad de los sistemas de salud, pero por otro lado puso en evidencia que tenemos como humanidad el temple y las condiciones para revisar, fijar y corregir los errores, la capacidad para salir adelante y la tecnología para lograr sobrevivir a una calamidad tan global y tan mortal  como el COVID 19.

¿Será que el COVID 19 permitirá el resurgir de la sociedad como un escenario de solidaridad más que de competencia y confrontación? ¿Será que esta tragedia mundial que puso de relieve el alcance de la creatividad y la capacidad de adaptación e integración de la humanidad, su talento para encontrar soluciones a los grandes problemas, podrá generar entre los seres humanos la conciencia que se requiere para salvar al mundo del calentamiento global, del efecto de la depredación inclemente de la naturaleza, de la importancia de trabajar unidos, de sumar más que restar para afrontar las amenazas que se ciernen sobre el escenario mundial?

Colombia, el país de las tragedias anunciadas, tiene también la oportunidad de reinventarse, tiene el talento, la calidad humana, la inteligencia para salir adelante, para prevenir antes que seguir padeciendo las hecatombes, pero para ello deberemos cambiar el chip: Entender que es precisamente nuestra variedad nuestra mayor riqueza, que son nuestras discrepancias la mayor fuente de ideas y visiones nuevas, ingeniosas, creativas, que nuestra heterogeneidad es nuestra mayor fortuna y que tenemos que generar mecanismos que permitan canalizar esas múltiples aproximaciones, versiones, visiones, propuestas, para plasmarlas en el país que dejaremos a nuestros hijos.

Hoy 13 de diciembre el otrora importante medio escrito, «El Tiempo», expresión de la opinión de una parte cada vez más limitada de la sociedad colombiana, afirma en su editorial que el personaje del año 2020, así como en 2017 fue para ellos Néstor Humberto Martínez, es el COVID 19.

El criterio de ellos se evidencia en esta elección, la gran apuesta del mundo de superarse en medio de la catástrofe, de indagar y aislar las causas de la tragedia, de buscar soluciones, no sólo las vacunas sino medidas de toda índole que se tomaron para reducir el impacto de la pandemia, cambios de hábitos, enseñanzas, esfuerzos heroicos, compromisos, vocaciones, sacrificios, son puestos por «El Tiempo» en un segundo plano.

Creo que es errada esa visión, creo que el personaje del año fue la sociedad misma, el Hombre en mayúsculas, su inteligencia, pero también su torpeza, su voluntad, pero también su negligencia, su capacidad de trascender, sus indomables espíritu y voluntad, su capacidad de cambiar, de superarse a sí mismo, de enfrentar creativamente los retos que la vida pone en su camino. Creo que, con todo y sus terribles consecuencias, la Pandemia, aún en proceso de superación, ha sido un reto digno de esta sociedad, un reto que, queramos o no, aceptémoslo o no, nos transformó, nos despertó del letargo y nos puso frente al mundo como en el principio de los tiempos, como el gran reto que hay allá afuera, como el gran desafío que son el mundo, la naturaleza, nosotros mismos, el universo entero.

2020 fue un año retador, fue una prueba aún no superada, fue una oportunidad de cambio de una exigencia a la altura de nuestras capacidades como sociedad y como individuos. Podemos y debemos superar este y los retos que se avecinan, podemos y debemos fortalecer nuestras estructuras sociales, la competencia y la solidaridad no son contradictorias, podríamos decir que son complementarias, que se necesitan entre sí, que la sabia interacción entre ellas promueve la vitalidad de la sociedad y que el factor determinante es el hombre mismo.

A todos Ustedes unas felices fiestas, un tiempo para respirar profundo y reflexionar acerca de lo que ha sido este año que termina, estoy seguro que saldremos entre todos adelante, estoy convencido de que seremos mejores, tengo fe en el ser humano, en la sociedad, en nuestra gente, en Colombia. Que venga el 2021 cargado de promesas, de sueños, de ilusiones, sólo cada uno de nosotros, a través de nuestro colectivo esfuerzo, podremos convertirlo en un año de realidades, realizaciones y éxitos.

CARLOS FAJARDO MD


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