LOS POLITICOS Y LA GENTE

Sociedad una palabra que nos queda grande, proviene del latín societas y describea un conjunto de individuos, naciones o pueblos que bajo una norma común conviven en forma organizada para colaborar o apoyarse para el alcance de fines comunes.

Nación, otra palabra que nos sobrepasa, proviene del latín natío y corresponde a una comunidad poblacional con un territorio del cual se considera soberana y que se ve a sí misma con un cierto grado de conciencia, diferenciada de los otros,  un conjunto de individuos que se supone son su base y detentan, en últimas, la soberanía constituyente del Estado y, al mismo tiempo,  un grupo de personas que comparten una lengua, unas raíces, una historia, unas tradiciones, una cultura, una geografía, algunos rasgos de carácter y raciales y se labran, presuntamente,  un futuro común.

País entre tanto es una adaptación del galicismo pays derivado de la palabra latina pagensis o sea habitante de un pagus o pueblo y describe un territorio reconocido como nación o estado, pero se refiere también al grupo de personas que lo habitan.

La palabra Política, por su parte, se refiere, entre otras, a la tendencia ideológica o doctrinaria de quienes gobiernan un país. Alude además a la actividad que desarrollan los sujetos que gobiernan o manejan o actúan frente a asuntos públicos de manera individual en un determinado sentido.  Por extensión se refieres a la cortesía y el buen trato.

Importantes palabras, útiles expresiones que permiten hablar en común, aún en una sociedad tan disgregada, dividida, individualista como la nuestra. Una sociedad únicamente para los privilegiados donde un 42.5 % de la población en 2020 estaba bajo la línea de pobreza, una sociedad de parias y de castas donde las justas aspiraciones y reclamos de los jóvenes que ven su futuro reducido a añicos se consideran terrorismo, castrochavismo, neo comunismo.

Acabamos de vivirlo, el paro nacional nos permitió demostrar que, frente a los reclamos, los justos reclamos de los ciudadanos más vulnerables, el gobierno, la prensa y la sociedad de los privilegiados reacciona con violencia verbal y física, de otra manera no tendríamos que lamentar las decenas de muchachos fallecidos a causa de la respuesta desproporcionada, abusiva, criminal de los organismos represivos, las balas de los sicarios de bien, vestidos de blanco, los centenares de desaparecidos, mutilados, torturados y heridos y la ausencia de un diálogo respetuoso, solícito, democrático por parte del gobierno.

Un estado policial que se dedicó a tratar a los manifestantes como si fueran antisociales, a realizar operativos para detenerlos al mejor estilo de las dictaduras de ingrata recordación, mismas que nunca fueron tan asesinas como lo ha sido nuestra presunta democracia.

Al final un balance desolador, tres pasos más cerca del cataclismo final de esta sociedad caníbal que asesina a sus jóvenes, que les niega el derecho a soñar, a educarse, a trabajar en condiciones dignas que les permita planear un futuro. ¿Entonces cuál es el tal “objetivo común” que nos define como SOCIEDAD? ¿Cuál es el futuro común que nos estamos labrando como nación? ¿Cuántos países conforman este presunto país?

Para los colombianos la política es poco menos que un sinónimo de robo continuado, de asalto al presupuesto, de mentiras sucias, de promesas vanas, de jugaditas perversas, de trucos malévolos, de palabras insidiosas y melifluas como suele decir uno de nuestros peores políticos por supuesto para referirse no a sus propias palabras sino como una manera de descalificar el discurso de sus adversarios.

La política que debería ser el noble arte de darle voz a quienes no la tienen, de permitirles la expresión de sus necesidades y promover el alcance de las soluciones por todos anheladas, la política que debería ser el mecanismo por el cual nos labráramos ese futuro común de nación y alcanzáramos los objetivos compartidos como sociedad es simplemente un ejercicio truculento, conspirativo, engañoso para mantener vivas las diferencias, hacer más patente día a día la división que nos agobia, acercarnos  cada vez más al precipicio que supone ser una nación, una sociedad y un país fallido.

Incapaces de convivir en el respeto, en la solidaridad, en la empatía, anteponiendo siempre el interés individual sobre el colectivo, inhábiles para pensar en beneficio común, los colombianos avanzamos de manera torpe, lerda, dando un paso adelante y dos atrás en el concierto de las naciones donde si hay una cultura nacional más acendrada, no saldremos así del subdesarrollo, no lograremos jamás reducir las inequidades, peor ahora que la pandemia reveló nuestra cruda realidad, la debilidad de nuestras instituciones, la voracidad de nuestros políticos, el alcance de la corrupción…

Somos una nación que no se mira en el espejo, que no se mira el ombligo, donde la crítica es rápidamente banalizada o reprimida, una nación exportadora de talentos jóvenes que no hallan nicho en nuestro territorio y deben salir a conquistar el mundo en busca de oportunidades, las mismas que aquí les negamos.

Tres años después de la llegada del joven prematuramente encanecido que prometía gobernar para los jóvenes, unir el país, ser el presidente de todos, respetar los acuerdos alcanzados como sociedad, el panorama es desolador. Sus promesas se trocaron en intentonas legislativas dañinas que finalmente, en forma acumulativa, llevaron la indignación al punto del estallido social que no ha cesado, que sigue latente, que podría tomar nuevamente fuerza como un incendio que no se ha logrado, ni se ha tenido la voluntad, de apagar.

Las cifras de asesinatos selectivos, las masacres, la pobreza, el desempleo, la desigualdad, el hambre, la enfermedad son brutales. Nunca como hoy habíamos estado tan mal y sin embargo todos los días el presidente sale a decir lo contrario, a ufanarse de logros que de inmediato le refutan, lo único cierto son los escándalos, la manipulación mediática a la que muchos, cada vez más, no son susceptibles, es que han mentido tanto y de tantas maneras que ya la gente no les cree y ese escepticismo pesa, la imagen presidencial nunca como hoy había estado tan devaluada aún con las encuestas sesgadas de las empresas afines con el gobierno, como sucedió recientemente con la de INVAMER que le dio en Bogotá a Iván Duque una favorabilidad de tan sólo el 10%.

Y en ese escenario pos apocalíptico, en esa distopía nacional, aparece un elemento aún más perturbador: Se vienen las elecciones, los plazos de este gobierno se están cumpliendo, el año final del mandato de Duque ya comenzó y nada, salvo sus discursos en los que nadie cree, permite entrever que vayamos a tener logros importantes, avances indiscutibles, que pudieran configurar un legado, por pequeño, minúsculo o despreciable, que sea. La sensación apabullante de que perdimos 4 años en la implementación de la paz, en el desarrollo de acciones conducentes a los cambios que el país pide a gritos, que cada día que pasa somos menos país, menos sociedad y menos nación:  Colombia una nación dividida, un país sin vocación de país, una sociedad fallida.

Se vienen tiempos difíciles en los que los políticos en vez de unir van a dividir aún más, tiempos cuando la convocatoria al miedo, a la ira, a la intolerancia, serán más redituables y, por ende, más frecuentes y ahogarán o intentarán hacerlos, los llamados a la sensatez, a la unión, a la construcción en conjunto, a la recuperación del espíritu de nación, de sociedad y de país, al cese de los odios, las rencillas, la calumnia y la difamación como herramientas políticas. Los colombianos deberán tomar decisiones trascendentales que no admiten más espera, como sucede en el mundo con el cambio climático, las decisiones que deberemos tomar como sociedad definirán el futuro de Colombia.

Hace algunos días leía en twitter el comentario de un ciudadano referente esa expresión tan nuestra, la palabra embolatar, tan útil para describir la situación que nos agobia frente al futuro o al no futuro al que podríamos aspirar, frente también a la cantidad de promesas vanas que se embolatarán por el camino como siempre sucede cuando hay campañas electorales, frente, por último, a esa lágrima embolatada que se asoma rebelde cuando llegan las noticias con su cada vez mayor carga de desaliento…

Que sea lo que el pueblo quiera.

CARLOS FAJARDO MD

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