ASPECTOS ÉTICOS EN LA ATENCIÓN MÉDICA

Que en algunas ocasiones deben ser desatendidos por el médico tratante, pues prima la voluntad del paciente

LUZ ANGELA SANTOS NIÑO

La bioética es la rama de la ética que brinda los principios para la actuación correcta en los aspectos relacionados con la vida. A grandes rasgos, la bioética pretende distinguir entre lo que debe ser o debe hacer y lo que no, en los actos que afectan la vida. La bioética aplicada a los actos médicos se conoce también como ética médica.

La importancia de la ética médica radica en la necesidad de normar los actos médicos en un mundo en el que los descubrimientos científicos y los avances tecnológicos suceden rápidamente, abriendo nuevas posibilidades de acción. El hecho de que la ciencia avance y permita brindar nuevos tratamientos o nuevos medicamentos, no significa que todas ellas deban hacerse.

La ética médica juzga los actos médicos con base en cuatro principios fundamentales: no maleficencia, beneficencia, autonomía y justicia. Los actos de los médicos y otros profesionales de la salud deben guiarse por estos principios, por lo que desarrollaremos un poco cada uno de ellos:

El principio de no maleficencia es considerado el más importante, y significa que cualquier acto médico debe pretender en primer lugar no hacer daño alguno, de manera directa o indirecta. Con frecuencia se hace referencia a este principio con su versión en latín, primum non nocere, que significa literalmente primero no dañar.

El principio de beneficencia está cercanamente relacionado, y se refiere a que los actos médicos deben tener la intención de producir un beneficio para la persona en quien se realiza el acto. Estos dos principios pueden ejemplificarse con cualquier tratamiento médico, como un medicamento o una cirugía. Cuando un médico prescribe un tratamiento debe tener dos intenciones en mente: en primer lugar, no hacerle daño, y, en segundo lugar, beneficiarlo. Esto puede parecer obvio y repetitivo, pero la diferencia entre no dañar y mejorar es importante. Todos los tratamientos médicos tienen efectos adversos o dañinos, incluso pueden resultar fatales y la mayoría de las veces no puede saberse con seguridad si el efecto adverso ocurrirá o no. De ahí que es necesario asegurar que la intención de indicar un tratamiento no es producir un efecto adverso, sino por el contrario, darle un beneficio al paciente. Cuando un médico considera los potenciales beneficios y los potenciales efectos adversos de un tratamiento, está haciendo un análisis de riesgo/beneficio, y en la decisión final de prescribir o no un tratamiento se rige por los principios de no maleficencia y beneficencia simultáneamente.

El principio de autonomía alude al derecho del paciente de decidir por sí mismo sobre los actos que se practicarán en su propio cuerpo y que afectarán de manera directa o indirecta su salud, su integridad y su vida. El ejemplo máximo del respeto a la autonomía del paciente es el consentimiento informado, que significa que es necesario que el paciente otorgue su permiso para que cualquier acto médico sea practicado en su persona. La razón para esto es que todo acto médico puede tener efectos indeseables e impredecibles, y el paciente debe entender que al aceptar un acto médico está corriendo un riesgo razonable con la expectativa de obtener un beneficio. No obstante, para que un paciente pueda autorizar un acto médico, debe contar con la información suficiente y necesaria, en términos que le sean claramente entendibles; por eso se llama consentimiento informado. Otro ejemplo del respeto al principio de autonomía es la toma de decisiones conjunta, y no significa que el paciente decida de manera absoluta, sino que la decisión final es el resultado de un diálogo entre médico y paciente en el que el primero actúa como orientador y facilitador, y el segundo aporta sus deseos, valores y expectativas. Un ejemplo más en el que el principio de autonomía juega un papel central es el secreto profesional. Toda la información que un paciente comparte con su médico es estrictamente confidencial y el médico no debe revelarla sin el permiso del paciente.

El principio de justicia obliga a tratar a cada paciente como le corresponde; esto es, sin más ni menos atributos que los que su condición amerita. Este principio se encuentra detrás del ideal de tener servicios de salud de óptima calidad accesibles para toda la población de manera equitativa. También debe considerarse el principio de justicia en los costos de la atención a la salud.

En ocasiones durante la atención a la salud surge un conflicto ético, es decir, una situación en la que los valores de alguno de los actores involucrado no corresponden con los valores de otro y dificultan la toma de decisiones, esto puede evidenciarse claramente en la LEY 1733 DE 2014: “Ley Consuelo Devis Saavedra, mediante la cual se regulan los servicios de cuidados paliativos para el manejo integral de pacientes con enfermedades terminales, crónicas, degenerativas e irreversibles en cualquier fase de la enfermedad de alto impacto en la calidad de vida”, ley mediante la cual se permite al paciente o familiares suspender o interrumpir un tratamiento en un enfermo con patología terminal, crónica, degenerativa e irreversible, para lo cual deberán suscribir un documento de voluntad anticipada en el que plasma su deseo de no someterse a tratamientos médicos innecesarios que eviten prolongar una vida digna en el paciente y en el caso de muerte su disposición o no de donar órganos. En este punto, he visto muchos médicos que han tratado de convencer a pacientes y familias enteras de realizarse el último tratamiento, aplicarse el medicamento de avanzada o llevar a cabo un proceso de  última generación, sin éxito, pues a pesar de que el médico sepa que es posible mejorar las condiciones o calidad de vida del paciente con determinado tratamiento, es al final el paciente quien decide si lo hace o no, y a pesar de aplicar el médico los principios de beneficencia y no maleficencia, buscando la recuperación de su paciente, si éste no acepta o consiente el tratamiento, el médico debe apartarse y respetar la decisión de su paciente o de su familia, muy a pesar de su conocimiento o recomendaciones.

Es así, como en determinado momento los principios de la ética pueden reñir y es por esto, que el profesional médico, debe tener claridad de hasta dónde llega su actuación y que debe o no hacer, de conformidad a los preceptos legales y éticos establecidos.

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