POEMA 32. Del palacio que sigue ardiendo (1985)

Hernán Urbina Joiro

Aún es primavera en mi voz
y quisiera en lo alto cantar.
El 6 de noviembre mi rama quebró.
Cantaré en un alero de La Catedral
donde llegó el requemar
de dos noches.

Lleven esta voz, muchachos, donde
vayan como un cirio de este templo presencial,
caigan estos versos
como gotas de vela que quema al llorar.
Oye muchacho, oye muchacha, deben escuchar
los fastos del 5 y el 6 de noviembre
antes que fantasmas que solo mienten
los hagan mentir.

Sepan de gritos que allí,
al frente, morían y revivían entre llamas,
gritos apagados que han de resurgir
en otros gritos, en ustedes, en mí,
hasta que todos digan en la plaza:
«Lo del 5 y el 6 no repetirá».
«Lo del 5 y el 6 aclaró como el agua».
«Lo del 5 y el 6 no repetirá».
¿Qué otra cosa cantar?
El ave es del color de su canto.
Cantaré sin miedo, al fin y al cabo,
—¿no creen? —
tras los estruendos del 5 y el 6
una voz como la mía a nadie debe asustar.

                                          II

Las voces se fueron quemando desde las doce del día.
Dos vigilantes, el administrador, fueron acallados
a fuego cerrado. En media hora el palacio caería.
De espanto callaron el Presidente, Ministros,
delegados.

Un juicio convocó el M-19 ese día
malhadado, con el Congreso al frente,
a doscientos metros al tiente, y en doscientos metros
más tenían
La Casa donde sabía el Presidente impotente
del palacio que ardería.

En los pisos del palacio
cada voz
se iba quemando.

En la plaza asegurada con fuego atronador
un tanque derribó la principal de las puertas
del palacio después de las dos. Un incendio brotó
desde la parte trasera, antes que se oyera
en Colombia la voz del doctor Echandía:
«Qué cese el fuego», pedía, mas también se
quemaría
su voz entrecortada.

El piso cuarto en que estaba se incendió a las cinco y
media,
los bajaron al tercero, baños, escalón, ¡un agujero!,
cualquier escudero buscaban en la tragedia.

En los baños y escalones
se iban quemando
las voces.

Día seis, anochecida.
Un cañonazo rompió la fachada y su fuego se adentró al palacio en
ardentía.
Los noticieros querían decirnos qué pasó,
pero pasaron futból, radio, televisión en cadena,
Millonarios y Unión Magdalena, cuando en palacio
el horror
gritaba su propia historia que repicaría en la memoria
hasta hoy,
pavor,
pavor,
pavor.

Gritos abrasados
en humo oscuro
escaparon,
otros impresos quedaron
en terco negro borrón,
en ruinas chamuscadas.
—28 horas— 100 almas quemadas
gimieron a un mismo clamor.

En las conciencias de entonces
se fueron quemando
todas aquellas voces.

                                     III

Ahí están, muchachos, los escombros vacíos,
piedra sobre piedra el palacio removido.
¿Encontrarían lo perdido?
¡Cuánto se perdió en el calcinar!
Por las escaleras
yermas
dicen que hay voces que aún arden,
pero no es descifrable
lo que dicen.
Todos se han ido, pero aún no es tarde,
algún día se sabrá lo que piden
en el palacio, frente al templo, bajo el mustio cielo
donde por un tiempo no verán luceros
palpitar.

¡Muchachos, salgan de esta plaza ya!
Por el este.
Busquen el amanecer, tal vez les cuente
del día en que todos pronunciarán:
«Lo del 5 y el 6 no repetirá».

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