LLAMADO DE ATENCIÓN

El país político empieza a moverse con miras a las elecciones del 2022, los futuros contendores se repliegan a sus cuarteles de invierno a preparar sus planes de trabajo, redactar sus programas, urdir sus confabulaciones, orquestar sus alianzas, seleccionar sus slogans. Mientras tanto el país sigue su marcha golpeado por el inclemente virus que sigue expandiéndose y continúa segando vidas a diestra y siniestra.

A la fecha ya hemos pasado de largo el fatídico número de 55000 muertes, vamos enrumbados hacia los 60000, situación que, no sólo en nuestro subcontinente, sino a nivel mundial nos pone entre quienes encabezan las cifras más ominosas de contagio y mortalidad del Sars Cov-2.

El presidente Iván Duque continúa apareciendo de lunes a viernes en su programa que pocos ven propagando mensajes anodinos que buscan generar más que esperanza, justificación para las actuaciones de su gobierno tan criticadas al interior y el exterior del país como insuficientes, lerdas, inoportunas y titubeantes.

Pero mientras el virus se comporta implacable dejando un rastro de muerte, discapacidad, ruina y desempleo, el país amanece todos los días con un líder social, reinsertado o crítico de este estado de cosas asesinado y cada dos o tres días con una nueva masacre, especialmente en zonas donde el estado no llega.

El gobierno sigue sacando provecho de la pandemia para ejecutar sus más impopulares planes: Con el decreto 1174 del 2020 hicieron una nueva reforma laboral y pensional, precarizando, como siempre con buenas intenciones, el trabajo y las condiciones de jubilación de los colombianos, sin tocar para nada el buen negocio de los bancos, dueños de las empresas administradoras de pensiones y cesantías.

Ahora anuncian una nueva reforma tributaria con la que, en medio de la miseria, el hambre, la enfermedad, pretenden gravar los alimentos que conforman la canasta básica familiar con la peregrina promesa de que ese dinero que le sonsacarán a la mayoría pobre se lo devolverán en forma de inversión social, inversión social que no es sino otra forma de facilitar el despojo del presupuesto para los corruptos, pues no faltan los escándalos por sobreprecios y negociados en la adquisición de los bienes o en la distribución de los beneficios que supuestamente tienen como objetivo los más vulnerables.

El virus no hizo otra cosa que quitar el barniz de decencia con que pretendieron siempre engañar a los electores para hacerse al poder, ya no importa que la gente se dé cuenta, lo que importa es que actúan en la mayor impunidad porque los organismos de control están cooptados y actúan no como censores sino como defensores de los corruptos.

Ante este mustio panorama y con la perspectiva esperanzadora de una próxima elección surgen las voces que claman por la unión de los que se oponen a este estado de cosas, de aquéllos a quienes les duele el país, sienten como propia la sangre desperdiciada de tanto y tanto muchacho masacrado, de tanta mujer ultrajada y asesinada, de tanto líder social ultimado a balazos, de tanto reinsertado que busca labrarse honestamente su camino después de años de guerra, de tanto niño que muere de sed y de hambre o por el inoportuno acceso a una buena atención en salud.

Es la Colombia que quiere renacer, la que se niega a aceptar esta derrota repetida de más de doscientos años de vida dizque republicana, en los que los ideales de independencia, paz y libertad, equidad y justicia, se han visto truncados y apagados por unas élites criminales y corruptas que se han apoderado de todo lo existente y son dueños de todo, se creen seres superiores predestinados a mantener en el oprobio y la miseria, la enfermedad y la pobreza a un número cada vez mayor de compatriotas para poder así conservar sus injustos privilegios.

Es la Colombia que quiere librarse del remoquete humillante de “Patria Boba” donde asistimos a las peleas, componendas, deslealtades, truculencias, mentiras, señalamientos y calumnias de nuestra clase política mendaz, manipuladora, ajena por completo a las necesidades y angustias del pueblo que poco a poco ha dejado de ver en ellos los pretendidos líderes, que de golpe en golpe ha dejado de creerles y de mentira en mentira ha aprendido que, en su mayoría, distan de ser soluciones para convertirse en parásitos, asaltantes del presupuesto, enajenadores de la nómina oficial, propagadores de infundios y propiciadores del odio y de la polarización.

Es la Colombia, el pueblo que, a punta de hambre, de negación de sus derechos fundamentales, de abusos, de violencia desenfrenada, tantas veces selectiva, quiere dejar de ser ese “Pueblo indolente” del que habló con amargura Policarpa Salavarrieta frente al cadalso. La Colombia que quiere despertar, que reúne sus últimos centavos de dignidad para ponerse al frente de su propio destino, desterrar a los asesinos, a los ladrones, a los timadores y manipuladores de la opinión y concretar la esperanza de un nuevo país, más amable, más justo, más equitativo, más respetuoso de la vida, de la diferencia, más inclusivo, más unido y más fuerte.

Se escuchan los cantos de sirena, se escuchan las llamadas melifluas a la “sensatez”, a evitar los cambios que por radicales pueden ser “peligrosos”, “populistas”, un “salto al vacío”. Pronto estos mismos que hacen esos llamados en apariencia “racionales” empezarán a diseminar absurdos como el “neochavismo”, el “castrochavismo”, nos amenazarán con el apocalipsis, la miseria y la muerte, como si pudiéramos bajar aún más en la categoría de los países violentos, inequitativos, corruptos, manejados por una clase manipuladora y criminal, indolente y mentirosa.

Otros hay que se creen portadores de la verdad, representantes en la tierra de lo más pulcro y honesto, promulgadores de la sensatez y del equilibrio, no obstante que muchos de ellos han sido históricamente miembros privilegiados y reconocidos de esa misma clase política que nos ha llevado a ser infamados con el título de “país fallido” y se reciclan para mostrarse como la “nueva generación” de la política, muestran sus rostros lampiños y sonrientes como buenos políticos en campaña, que te miran con bondad y dulzura desde su púlpito de medianía y ecuanimidad.

Es la hora de escoger entre el trigo y la cizaña, es la hora de que todos los colombianos miremos con interés, con renovado y patriótico interés, la realidad de nuestro país, detectemos y señalemos a los protagonistas de la debacle, conciliemos nuestras diferencias y empecemos a caminar por una senda que conduzca a la necesaria renovación de la clase política, recomponga nuestros órganos legislativos y lleve al gobierno a una persona que haya demostrado con creces cuanto ama este país, cuanto entiende y analiza sus problemas, cuanto aprecio siente por su gente y cuanto ha expuesto y está dispuesto a dar por realizar ese sueño de país incluyente, justo, equitativo, humano, ético, honesto y digno que todos tenemos en la mente y hacia cuya concreción debemos avanzar.

CARLOS FAJARDO MD

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