El virus que nos cambió.

Carlos Fajardo, md.

“Si sólo la desgracia te sensibiliza, entonces la desgracia será tu Maestro.
Si sólo ante la carencia pones fin a tu arrogancia,
entonces será la carencia tu Maestro.
Si sólo la enfermedad detiene una vida de abuso,
entonces será la enfermedad tu Maestro.
Si sólo ante la tragedia te solidarizas,
entonces será la tragedia tu Maestro.
Y solo cuando seas sensible, humilde, sencillo y solidario, sin necesidad de vivir la desgracia, la carencia, la enfermedad y la tragedia,
entonces TÚ serás El Maestro”

Anónimo

 Si algo es cierto en este mundo globalizado es que las noticias y las epidemias vuelan, hace 5 meses nadie se imaginó que un suceso, reseñado en nuestra prensa más como una curiosidad que como una amenaza, registrado en una lejana y sorprendentemente populosa ciudad de la China continental fuera a diseminarse en tan poco tiempo y a causar tanto daño a nivel global.

Nadie, ni los más pesimistas, imaginó que el mundo entero iba a quedar postrado por un virus no informático, un virus de verdad, con potencial de enfermar y matar a miles tan rápida y tan eficientemente.

Ninguno de los gurús nos advirtió que el derrumbe de las economías iba a ser provocado por una minúscula partícula, carente de vida autónoma, que iba a desplazar en importancia a otros problemas candentes como el hambre, la injusticia, la inequidad, la corrupción, la guerra, dentro de las prioridades de los gobiernos de las naciones más poderosas del mundo.

Las imágenes de terror que nos regalan las películas apocalípticas gringas parecían reservadas únicamente a imaginaciones enfermizas, las imágenes de los estragos y la crueldad de la guerra en Siria se nos antojaban, aún para nosotros los colombianos, que hemos vivido tantos años de nuestra vida republicana en medio del conflicto, distantes.

Aquí mismo seguíamos librando un pugilato con los otros, los que piensan diferente de nosotros, los fachos o los mamertos, o los mamertos fachos, porque si algo sí se da en este medio es la inventiva para crear términos despectivos para quien piensa, aunque sea un poquito diferente de la línea editorial de cada uno de nosotros.

Un país dividido, escindido, intolerante, un país que sabe poco de escuchar, pero sabe mucho de dar discursos grandilocuentes, un país que no parece ser un país sino un conjunto de individualidades que se excluyen, que se denigran entre sí, que se agreden y se matan. No en vano somos un país con los índices de violencia más infames del mundo, con el mayor número de desplazados, despojados, desaparecidos, asesinato de líderes sociales, feminicidios, embarazo de adolescentes, abuso y violencia contra los menores, las mujeres y los viejos, un país con niveles nefastos de desigualdad, corrupción e injusticia.

Y en esas, cuando las noticias que llegaban eran cada vez más alarmantes, cada vez más cercanas, un cálido 6 de marzo, día en que los indicadores de la contaminación estaban entre amarillo y rojo en las más grandes ciudades, en que el escándalo de las denuncias de Aida Merlano fue eclipsado por el escándalo de la ñeñe política, ese día, empaquetado en el cuerpo de una jovencita que venía de Milán, llegó el virus.

En un momento de epifanía las voces que alegaban, discutían, ultrajaban, agredían, las miradas que despreciaban, desafiaban, amenazaban, empezaron las unas a callarse y las otras a desviarse hacia el pequeño asesino. A partir de ese momento y casi sin tomarse un respiro el tema de la permanente discusión varió y no empezó a hablarse de otra cosa. Las noticias no fueron alentadoras, el virus había llegado y los números de infectados se doblaban día a día, su incremento veloz desafiaba el incremento de la propia y doliente Italia, la algarabía empezó a cambiar de dirección, como un viento huracanado empezaron a pedir acciones por parte del gobierno para detener la invasión del virus, la toma por asalto de nuestro terruño por parte del agente del COVID-19. Con el estímulo de ver como se incrementaban los casos día a día, con el aliciente de ver cómo aumentaban en Italia y en España el número de muertes hasta niveles record, las voces, cada vez más al unísono empezaron a pedir acciones contundentes.

La clase política empezó a tomar posiciones, el gobierno aplazaba decisiones de calado, necesarias para reducir el impacto de la epidemia, el forcejeo continuó hasta el pasado 18 de Marzo, cuando algunos gobiernos locales y regionales decidieron salirle al paso a la indecisión del gobierno central y ordenar toques de queda y restricciones a la movilidad de las personas, validos del argumento de que el único recurso eficaz para controlar la diseminación del virus era el aislamiento social, ese mismo día el gobierno central contraatacó con medidas que, en la práctica, propinaban un golpe de autoridad y desautorizaban a los gobernantes locales y regionales, pero la opinión pública reaccionó indignada y, a su vez, desautorizó en su soberanía al gobierno central.

Finalmente, el 19 de marzo, 13 días después de la llegada del viajero minúsculo y genocida se reglamentó el simulacro que propuso la Dra. Claudia López y al día siguiente se dio comienzo al mismo en Bogotá y en muchas municipios y regiones cercanas que se sumaron en forma responsable a la iniciativa. El gobierno, el propio 19 de marzo, agobiado por el rechazo popular, salió a justificar su postura diciendo que en modo alguno querían desautorizar a los mandatarios locales y regionales, sino que lo que buscaban era una coordinación nacional y el 20 de marzo tomó la iniciativa al ordenar el aislamiento social obligatorio y general por 19 días a partir de la noche del 24 de marzo.

Luego de varios días de discusión, de argumentación y rechazo a la débil, condicionada y tardía respuesta del gobierno central, recibimos con satisfacción la medida restrictiva, la cual fue sin duda un triunfo de la opinión pública, de la unidad y potencia de las voces de todos cuantos criticábamos y exigíamos medidas más contundentes, los políticos tienen el deber de interpretar el sentir popular, esa es su razón de ser, más que al servicio de una ideología sirven al pueblo, de quien dimana su autoridad, su poder.

Con el pasar del tiempo el argumento regresó una y otra vez, nunca fue por completo excluido, refutado en el ideario del gobierno: el cruel dilema entre salvar vidas y fortalecer la economía, que jamás ha sido un dilema para gobiernos como el actual, ciegos al sufrimiento consuetudinario de nuestro pueblo, a las dificultades inmensas para quienes buscan un cupo en el sistema educativo, una atención en el sistema mercantilizado de salud o un empleo digno que le permita soñar con un futuro y no simplemente sobrevivir. El presidente, nuevamente acosado por las protestas de sectores sociales y académicos, presionado por las malas noticias procedentes de Europa y ahora también de ese paraíso de barro que son los EEUU, se vio forzado a extender la cuarentena obligatoria hasta el 27 de abril.

Hoy, próximos a la fecha de ese nuevo vencimiento retornan los argumentos a favor de modificar la cuarentena, el Ministro de Salud, Fernando Ruiz, no tuvo ningún escrúpulo para tergiversar las declaraciones de una reconocida epidemióloga, la Doctora Zulma Cucunubá, y afirmar por prensa, radio y televisión que la curva de incidencia de la pandemia se había logrado aplanar debido a las exitosas medidas tomadas enhorabuena por el señor presidente, el titubeante Iván Duque. Luego de que la esclarecida profesional saliera a desmentirlo ni siquiera se produjo una reacción del ministro ni de ningún miembro del gobierno, ¿Creían acaso que iban a pedir disculpas por el oso mayúsculo de Fernando Ruiz?

El presidente, ahora convertido en animador diario del horario familiar con sus repetidas intervenciones “didácticas”, ya habla de modificar la cuarentena y cambiarla por un ejercicio de aislamiento “colaborativo e inteligente”, en el que mantendrá restricciones a los niños, adolescentes y adultos mayores, pero permitirá la “gradual” reincorporación a la “vida productiva” de los adultos, como si los adultos no pudieran en su contacto social adquirir la infección para llevarla a sus hijos y sus viejos una vez retornen diariamente a su casa después de extenuantes y mal pagas jornadas. Ese ablandamiento de la cuarentena, concebido para ser aplicado en el momento de mayor crecimiento de la epidemia, lo protocoliza en un decálogo que expone a la opinión pública, muy en contradicción por lo aconsejado por las autoridades académicas, por la propia experiencia de Italia, España y EEUU y por la propia Organización Mundial de la Salud.

Preocupados por el curso de la Economía salen algunos de los ideólogos y defensores a ultranza del modelo económico vigente a poner las cartas sobre la mesa, un economista del régimen, Alberto Bernal, justifica la pérdida de vidas por salvar la economía, allega cifras de dudosa procedencia para generar pánico: Si la restricción sigue podrán generarse 5 millones de desempleados debido a la contracción de la Economía. Bernal se atreve a decir y argumentar, así sea con tergiversaciones, exageraciones y falacias, lo que Duque y Ruiz ocultan con su decálogo postcuarentena, su aislamiento colaborativo e inteligente: «La economía vale más que la vida de miles de pobres”.

No se cansan de mentir, por el contrario, al igual que el virus asesino en EEUU, cada día se superan a sí mismos, en su caso como embusteros, encubridores y manipuladores. La curva de incidencia de la epidemia claramente afectada por la cuarentena, aún con la indisciplina e imprudencia de nuestra gente, ha sido también manipulada por la limitada investigación de casos nuevos por la precaria y condicionada aplicación de pruebas diagnósticas.

Y todavía hay quienes se declaran sorprendidos e indignados cuando, de manera insistente, salen los funcionarios del círculo íntimo del gobierno y el propio presidente a justificar, con argumentos controvertibles, almibarados, falaces, la pretensión de relajar el aislamiento social y a uno que otro defensor recalcitrante del establecimiento le parece que se justifica la muerte de decenas de miles en el altar de la economía. ¿Pero qué se puede esperar de quienes llegaron con la intención de hacer trizas la paz?  ¿Qué otras cosas podrían proponer los mismos que miran indolentemente la consuetudinaria masacre de líderes sociales y reinsertados? ¿Acaso esperan que sacrifiquen sus privilegios por la vida de decenas de miles de pobres o de ancianos?

La tal «Economía» que defienden es la que fomenta y sostiene las desigualdades, inequidades e injusticias que nutren sus privilegios, que hacen posible su vida de boato en medio de la pobreza, la vulnerabilidad y la muerte de la mayoría…

La vida para ellos no es un fin en sí misma, es un instrumento desechable y prescindible en el juego de sus intereses. Una nueva tormenta se avecina, los colombianos no podemos permitir el sacrificio infame de nuestras familias en la piedra de sacrificio del dios dinero.

Si algo tiene este virus es que ataca a cualquiera más allá de sus creencias, vanidades, miserias, más allá de la arrogancia. Nos pone a todos en el mismo plano: Seres humanos vulnerables. Pueda ser que nos ayude a pensar más como sociedad, pueda ser que nos torne más solidarios.

Algo ya hizo el coronavirus: Nos puso en el mismo plano a todos, nos recordó nuestra vulnerabilidad y nos obligó a mirarnos como pares, como integrantes de una sociedad, nos hizo caer en cuenta de la importancia de tener disciplina social y respeto por el otro, nos recordó que nuestra individualidad tiene valor si y sólo si se expresa en un contexto social, necesitamos los unos de los otros, vivimos, querámoslo o no, aceptémoslo o no, para los demás y los demás no son sólo nuestros semejantes, es toda la naturaleza, por fuera de la cual no podemos existir, tal como lo sugeriría la arrogancia de autoproclamarnos reyes de la misma. Que el coronavirus nos acerque a la comprensión individual de nuestro rol y responsabilidad social es una oportunidad de oro para que cambiemos creencias y paradigmas y afrontemos el reto de convivir como nación. Seremos todos, tirando para el mismo lado, aunando esfuerzos individuales, demostrando «espíritu ciudadano”, «patriotismo», que no son sino eufemismos para no decir sentido común, los que superaremos esta crisis y sacaremos al país adelante.

Carlos Fajardo, MD

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