Los Mártires.

Hernán Urbina Joiro.

Plaza de Los Mártires.                                                                                                             
Plaza de los frágiles.
La primera magullada
del látigo y la espada
puede verse en derredor
frente a la Iglesia del Voto Nacional,
frente al Batallón Guardia Presidencial.
¿No los liberaron de la perdición?
¿No los libertaron del tirano opresor?
¿Dónde están, libertadores?
De aquí se fue la pompa, la gracia,
como va corriendo el Sol a otras estancias
dejando requemadas huellas de la noche.

¿Qué sollozas sin cansarte,
niño de pena ahora mía,
de tanto verte mañana y tarde,
cada día,
en mi recorrida
al hospital,
con tristeza por cruzar
tu plaza derruida?

Misericordia. Miser, desdichado.
Cor, corazón. Quizás así deba ser,
tener vuelto miseria el costado
izquierdo para comprender
el sufrir por estos lados.

Aprisiona uno
un mendrugo
de pan entre sus dedos,
como poniéndole cadenas,
pero sus cadenas
hace mucho
lo han vuelto un prisionero.

Se abraza un muchacho
a un frasco
de pegamento, como balsa,
como venciendo las aguas,
pero lo ahogado
en su desgracia
no será recuperado.

Llora el más pequeño
que aún no sabe hablar,
llora todo el día a voz en cuello.

Averno, donde los muertos
viven su vida de infierno,
sobre tu cielo las aves no arriesgan cruzar,
donde viven los que nacen yertos
noches eternas a plena claridad
en pos de las sombras desde un eternal
anochecer despierto.

¡Averno, soy un pájaro pequeño!
Y me atrevo a traspasar
donde la prosperidad
se mudó solitaria sin su cuna y sin sus deudos,
donde la indigencia no se puede disfrazar
porque rezuma en los ojos, el cabello, la risa
de niños ancianos que cargan el costal,
de ancianas niñas que venden amores a prisa,
respirando sustancias que puedan trastocar
el vivir sin esperanzas, el caminar sin salidas.

Un raponero
cae herido
en calle de excrementos
que sigue su ritmo, 
con desdén del que hace tiempo
su destino ha conocido.

Cada día
mi recorrida
al hospital
es tristeza de cruzar
la plaza derruida.
He hecho mía esta desdicha
que supongo adivinar.
La muerte sigue su senda
sobria
mientras cada quien despierta
de cada muerte propia
y de cada muerte ajena.

Poema 25. 1983

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